LA GUARDERIA
Esta semana estoy experimentando una de las semanas más duras que he vivido desde que soy mamá, y quiero contarles esta experiencia desde el corazón.
Con toda la ilusión del mundo, mi esposo y yo decidimos que ya era hora de entrar a nuestra hija de 2 años y 4 meses a la guardería. Veíamos como día a día, teníamos una niña “independiente”, sociable, amiguera y muy pero muy feliz. Si a eso le sumamos que en septiembre ingresa al colegio de “grandes”, nos parecía que era necesario un corto paso por un preescolar para que terminara, quizá, de madurar ciertos comportamientos y sobre todo su capacidad de comunicación antes del gran reto que se nos viene.
En septiembre de año pasado, empezamos a mirar opciones de guarderías y decidimos regresar al preescolar que recibió a Elisa con escasos 4 meses en sala cuna (si lo sé, estaba muy bebé). Un lugar familiar, pequeño, campestre y muy cerca de la casa y de mi trabajo. Se preguntaran que hacía Elisa a los 4 meses en una sala cuna… pues les cuento: nosotros no quisimos, inicialmente tener una niñera, y la sala cuna nos pareció una excelente opción para dejar a Elisa después de la licencia de maternidad. Las múltiples enfermedades, entradas a la clínica por bronquiolitis, otitis, gastroenteritis, y las demás “itis” que vivimos en los primeros 8 meses, hicieron que desistiéramos de esta opción y mejor buscáramos quien se pudiera hacer cargo de ella en casa, eso sí, ayudándonos con su desarrollo. En muy poco tiempo dimos con la mejor persona que la vida nos pudo poner en el camino para ocuparse de nuestro tesoro: un ser de luz, amoroso, dedicado, con experiencia y mucho conocimiento del tema, creativa y muy alegre. Gracias a esto nuestra chiquita ha aprendido muchísimas cosas en casa pero nos hacía falta que compartiera con más niños de su edad.
DIA DE INTEGRACIÓN Y RECREACIÓN
El domingo tuvimos un día de integración, adaptación y reconocimiento en la guardería. Fuimos en familia a pasar una mañana en el lugar que escogimos como ese espacio seguro para nuestra chiquita, donde iba a conocer amigas nuevas, aprender canciones, imaginar figuras que después plasmaría en hermosos dibujos. Íbamos emocionados porque sabíamos que en la misma clase iba a estar la hija de unos amigos, y estábamos convencidos que sería de gran ayuda para la adaptación de Elisa, nuestra niña no iba a estar triste, estaría acompañada y tendría siempre con quien jugar.
Fue una mañana llena de risas y colores, jugamos, coloreamos, conocimos a nuestros compañeros de viaje, cantamos… y ¡el parque fue el mejor aliado para mucha diversión!
Terminamos la jornada, y ante el llanto de mi hija por tenerse que separar el resto del domingo de su amiguita, auguramos que el ingreso al preescolar y el cambio de rutina sería muy fácil, haciendo el tiempo de adaptación muy corto.
Y LLEGÓ EL DÍA…
El lunes en la mañana nos despertamos llenos de expectativa y, confieso, un poco cogidos del día para llevar a Elisa a su primer día de preescolar. Después de un corto corre corre para que estuviera lista, “peinada y alborotada”, llegó el momento de las fotos que guardarían ese recuerdo para siempre. En ellas vemos una niña sonriente y feliz, que estaba disfrutando la novedad de su primer uniforme y de una mochila de muchos colores (más grande que ella, en realidad), y del otro lado de la cámara, unos papás que entre nervios y alegría, veían como su bebé había dejado de serlo para dar paso a una niña “lista” para una nueva etapa.
Llegamos a la guardería, y esa hermosa sonrisa se fue desvaneciendo para dar paso a un tímido “mamá vem”, una manito estirada invitándome a no dejarla y un ceño fruncido que mostraba un poco de angustia, miedo y confusión. Poco a poco, mi chiquita se fue alejando y nosotros parados en la puerta sin poder entrar. Mi esposo me invitó a irnos, a no hacer el momento más difícil. Con mariposas en el estómago y un poco de tristeza al recordar como nuestra bebé entro sin la sonrisa que la caracteriza, me fui a trabajar con la firme convicción de ser una mamá fuerte y no empezar a preguntar por ella cada 10 minutos.
El primer día de guardería terminó, llegué por ella y la profe solo me dijo “mamá, Elisa estuvo un poco angustiada y lloró porque las otras amiguitas estaban llorando, aunque después jugó en el parque, es parte del proceso, no se preocupe”. Miré a mi hija y me encontré con una carita sucia, con ojitos hinchados y una mirada triste. La abracé y le dije: mi amor, acá esta mamá, yo siempre voy a venir por ti. ¿Pasaste rico en la guardería? ¿Mañana volvemos? A lo que muy seria me respondió con un categórico “NO”.
Para no hacer muy larga esta historia, llevamos 3 días en la guardería y entre culpa e ilusión sigo diciéndole que la guardería es diversión, que va a aprender mucho y que lo va a disfrutar. Ella aun no suena muy convencida, a pesar de responderme (a veces) que si quiere volver.
Con esta corta experiencia de 3 días en el preescolar, compruebo una vez más que cada niño es un mundo diferente, que las vivencias y adaptaciones de cada uno son muy diferentes, y que aunque me considero una mamá fuerte soy la más gallina de las gallinas.
Andrea Vazart
Ps/ Mientras revisaba este texto para publicarlo, llegó la noche de este tercer día (miércoles) y mi conclusión es que mi hija es oficialmente alérgica a la guardería, ya empezamos con fiebre y malestar…